Los 10 pilares de las sociedades pasivas

Hace varios meses, me propuse escribir acerca de España dentro de las sociedades pasivas (los orígenes y causas de la pasividad de la sociedad española).

En un principio, parece un tema extremadamente complejo. En cuanto me voy adentrando en él y trato de desgranarlo, resulta aún más complejo de lo que pensaba.

La Historia propia da pie a explorar la Historia de Europa, las costumbres se pierden y se mezclan en el tiempo, las estrategias se visten de casualidad y la casualidad insiste en convertirse en estrategia.

La ciencia tampoco me lo pone fácil; a la programación puramente social se la llama condición humana, a los animales sociales no humanos se los examina partiendo del sesgo y, rara vez, un científico privilegiado está por la labor de cuestionarse a sí mismo.

Así que, después de varios meses de frustrante estudio, regreso al inicio de todo, que comienza con esta pregunta: ¿qué entendemos por pasividad social y cuáles son sus manifestaciones? Y aquí entran en juego las dos únicas disciplinas cuya esencia es, realmente, cuestionarlo todo: la filosofía y la sociología.

Empezamos a entender, entonces, con pleno consenso, que una sociedad pasiva es aquella que no reacciona ante las injusticias del poder ni, mucho menos, gesta iniciativas de cambio hacia el bienestar de los distintos colectivos que la conforman. La base de una sociedad pasiva es una consciencia colectiva limitada y limitante que promueve valores estáticos, jerarquías marcadas y un desarrollo normativo en el que participa un porcentaje mínimo de la población.

Aquí algunas citas relevantes que aluden de alguna manera a este concepto:

“El pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere.” Hegel.
“Yo conozco al pueblo: cambia en un día. Derrocha pródigamente lo mismo su odio que su amor.” Voltaire.
“A un pueblo no se le convence sino de aquello de que quiere convencerse.” Unamuno.
“Los pueblos son una cera blanda; todo depende de la mano que les imprime el sello.” Édouard René Lefebvre de Laboulaye.
“No se debe ser demasiado severos con los errores del pueblo, sino tratar de eliminarlos por la educación”. Thomas Jefferson.
“La sociedad está bien ordenada cuando los ciudadanos obedecen a los magistrados, y los magistrados a las leyes.” Solon de Atenas.
“Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción.” Simon Bolivar.
“La tiranía no puede reinar sino sobre la ignorancia de los pueblos.” Francisco de Miranda.
“El funcionario miente, el medio lo difunde y el pueblo se lo cree.” Joe Barcala.
“Los pueblos no tienen un carácter activo en los sucesos. Sufren, pagan y esperan.” Domingo Faustino Sarmiento.
“El pueblo es siempre inconstante; no te fíes de él. El pueblo, el fuego y el agua no pueden ser domados nunca.” Focílides.

Podría seguir y llenar un libro gordo con frases vejatorias que entienden a la mayoría de las personas que componen las sociedades pasivas como un grupo de monos sin educación, sentido común, ni el menor atisbo de inteligencia (disculpas de antemano hacia los monos).

Una sociedad pasiva, al final, es entendida por sus clases privilegiadas como una masa de semipersonas por educar que es partícipe, con la ignorancia, de sus desdichas.

Así que, tenemos a un puñado de pensadores socialmente privilegiados que nos odian por estar por debajo de sus privilegios y expectativas. Por otro lado, están los idealistas, como Aristóteles, que enuncian maravillas acerca del progreso de los pueblos, pero sin tocar las bases ni los pilares que hacen posible la ausencia de progreso.

En la pueril mentalidad de decenas de sabios optimistas, somos capaces de progresar y convertirnos en una sociedad activa si se nos educa en los valores del conocimiento y la democracia. Eso sí: nada de tocar el clasismo, el sexismo, el adultocentrismo y el racismo que favorecen el hecho de que sean ellos los maestros y no otros ni otras.

Sintetizando: Un puñado de pensadores nos dan por perdidas y otro puñado se empeña en que nuestra salvación está en aprender lo que quieren que aprendamos.

Luego están Bordieu, Foucault, DuBois, Sorokin, Spencer, Malinowski, Marcuse, Warner, Marx, Mauss, Beauvoir, Miller, Wollstonecraft o Weber, entre tantas y tantos, y sus importantísimas aportaciones que nadie lee. Y así lo demuestra nuestro día a día. Nos hemos quedado atrás y nos basta con eso: entendemos que atrás está el conocimiento general de lo que somos. ¡Y luego a vivir¡ ¡Que al final nadie nos enseña a vivir y hay que llenar la nevera cada mes!

La impronta que nos dejan la sociología y la filosofía clásicas son el odio hacia la sociedad o la ilusión, el optimismo sin base alguna. A sabiendas o no, de alguna manera, citamos a los que nos detestan o a quienes sueñan demasiado, pero no nos detenemos a pensar en la lógica de las cosas. De vez en cuando soltamos aquello de “Pan y circo”, “Nos tienen engañadas”, “Las religiones nos manipulan” y ya, con rapidez cambiamos de tema porque el asunto empieza a ser deprimente.

Leer la filosofía y sociología contemporáneas (excepto a Buttler) al final es desengañarnos y enfadarnos con todo lo que nos rodea. Pero es necesario que lo hagamos (no es casual que en España no se tocara ni de refilón en la enseñanza secundaria. Ahora ni contemporánea, ni clásica).

Y leyendo a la sociología y a la filosofía contemporáneas, que cuestionan a la ciencia y a quienes nos han contado la Historia, llegamos a estos 10 pilares de las sociedades pasivas:

Sexismo

la Historia nos vende que la sociedad sexista se inicia en el paleolítico con una división natural de tareas. Hombres cazan y mujeres recolectan y, a partir de ahí, de manera natural, hombres y mujeres aprenden a desarrollar actividades diferentes y, con el paso del tiempo, predisposición innata para estas actividades.

Estas teorías, que se han ido desmontando poco a poco, abarcan explicaciones tan absurdas como que las mujeres tenemos un mayor abanico de colores para distinguir una fruta de la otra, o que los hombres cuentan con una mayor inteligencia espacial por aquello de calcular la distancia a la que estaba el bisonte.

Me gustaría compartir estos artículos que seguro te resultan de interés «En la búsqueda de nuestras antepasadas lejanas» y “¿Fue el patriarcado un producto del neolítico?”. En general, te recomiendo encarecidamente la página web mujeresconciencia.com

Los nuevos enfoques que explican el origen del sexismo aluden al sentido de la propiedad privada de los ganaderos. De la misma manera que domestican a las vacas, acaban domesticando a “sus mujeres” y entendiéndolas como vientres con patas para gestar su simiente.

He de decirte, que creía a pies juntillas en estos nuevos enfoques. Y me resultaban del todo lógicos. Pero, con el tiempo, me surgió una duda: “Si mujeres y hombres se dedicaban en la misma proporción al cuidado de animales y pastoreo (y podemos comprobarlo hoy en día en las poblaciones que viven de la ganadería), por qué a los hombres se les gira la pinza con el asunto de la propiedad privada y a las mujeres, no”. ¿Qué sentido tiene?

La ciencia sesgada nos dice que los hombres, de manera natural, tienden a marcar el territorio y a entender a las mujeres como “suyas”. Si fuera así, lo sería desde los inicios del desarrollo de la especie, y sabemos que el paleolítico estaba exento de sexismo. Entonces, ¿por qué esta supuesta inclinación natural surge en el neolítico?

Para explicar este fenómeno, personalmente me voy a los estudios de Sherif, Asch y Milgram. Resumiré: una idea o costumbre absurda (incluso contraproducente) se puede transmitir de generación en generación si se dan una serie de factores sociales, entre los que tenemos personas y grupos socialmente influyentes que promueven dicha idea o costumbre. Llega una generación en la que esta costumbre se sigue transmitiendo por inercia.

Visto de esta manera: si mi clan es socialmente influyente y quiero perpetuar dicho privilegio, necesito alterar la evolución, el movimiento y las sinergias naturales de mi sociedad. Necesito una sociedad pasiva. ¿Cuál es el control social primigenio que he de lograr para obtener una sociedad pasiva? necesito controlar al individuo y, para hacerlo posible, necesito dividir a la población todo lo que pueda.

Esta división es completamente antinatural y necesito implantarla a través de costumbres que se perpetúen, gracias a mi influencia, a la presión social y al conformismo de grupo. Para lograr esta división, además, necesito una división primera que imposibilita la creación de sinergias: la división social entre hombres y mujeres, que dará lugar a una pareja dividida, no sinérgica.

Así que, la costumbre a implantar -contraproducente para todas y afín a mis intereses- es: mujeres por un lado, con una serie de tareas, y hombres por otro, con otra serie de tareas. La separación estaría muy lejos de ser natural.

Se sabe actualmente que la separación de actividades por sexo ralentiza el desarrollo de todas las actividades grupales. ¿Tiene algún sentido esta ralentización para los clanes influyentes? Sí, puesto que también trae consigo la reducción de tiempo libre y evita rotundamente la creación de sinergias.

Con la división de sexos, uno y uno no forman una suma superior a la suma de sus partes. Al contrario: la división de sexos consigue que uno quede convertido en la mitad y dos mitades formen uno. Con lo que se reduce drásticamente el potencial de la población.

Paralelamente, acentuamos la división instaurando en la sociedad masculina la creencia de que la otra mitad es inferior, diabólica, inmunda y ha de estar sometida. De esta manera, conseguimos una fórmula compacta que nos facilita un control de masas inmenso e indestructible a corto y medio plazo. ¿Aquí la unión en pareja de personas del mismo sexo nos supone un problema por no obedecer a la formula de control descrita? Podría. Y hay que minimizar riesgos. ¿Es aquí donde comienza la demonización de la homosexualidad o su concepción como salida lujuriosa o de control de un hombre sobre el otro? (recordemos a la Grecia antigua).

Quiero extenderme sobre el sexismo en un artículo aparte, así que, vamos a seguir.

Adultocentrismo

Esta forma de control aparece y se consolida gracias a la primera. El sexismo da lugar al patriarcado y a la concepción ilusoria del padre como “cabeza”. Esto es: el padre es una marioneta del poder que vive en un eterno sueño de grandeza y control y, al mismo tiempo, bajo la aplastante presión de ser responsable absoluto de “los suyos”.

Sin embargo, la finalidad y el origen no es consecuencial ni causal, sino que sigue una estrategia específica: modelar al individuo desde la infancia.

¿Quiénes pueden entender que una idea o costumbre es absurda? Las niñas y los niños. ¿Cómo logramos evitar que su voz se escuche, descubran que el Rey camina desnudo y contribuyan a la ruptura de esa estructura amiga de los poderes fácticos?

Simple: les arrebatamos la voz y les hacemos entender desde bien pequeñas que son inferiores a las personas adultas: la razón es siempre nuestra. Ellas son de nuestra propiedad y están a nuestro merced. Hacen lo que decidamos que hagan. Les inculcamos que deben convertirse en adultas para ser escuchadas (deben aceptar plenamente a la sociedad que las embebe, respetar las normas y actuar como se espera de ellas). Les inculcamos que ellas, de manera natural, como niñas y niños, solo piensan tonterías, preguntan tonterías y hacen tonterías.

Las personas adultas, anuladas por el sistema sexista, interiorizamos que hemos de someter/anular a la infancia. La cadena continúa y pasamos a convertirnos en marionetas al servicio de la manipulación de masas.

Aquí hay dos tendencias contrarías que se intercalan o varían dependiendo del estadio y las necesidades de cada sociedad: la infancia puede ser superprotegida hasta lograr su anulación o explotada.

En el SXXI decimos luchar por los derechos de las niñas y de los niños. Pero, ojo, dentro de esa supuesta «lucha» nadie parece contemplar el análisis del adultocentrismo.

La situación de la infancia hoy en día, en España, por ejemplo, era la que teníamos las mujeres hace cincuenta años. «Pegarlas es un delito, pero que no se te suban a la chepa, que son unas desagradecidas y como les des un brazo se toman el cuerpo entero». Eso decimos de la infancia ahora (y que una hostia a tiempo nos ahorra muchos disgustos).

Por supuesto, la infancia no decide, no asume, no se responsabiliza socialmente, no se compromete, no puede cambiar absolutamente nada, no tiene voz, no vota… ¿por que le falta madurez para eso? ¿De verdad lo crees?

La sociedad no nos da 18 años de vida para que maduremos. Se da a sí misma 18 años para adoctrinarnos.

Eliminación de los valores colaborativos y fomento de los valores competitivos

La clave por excelencia de las sociedades pasivas es la división.

La división social erradica la consciencia de grupo y, por tanto, aliena a las personas hacia la concepción de sí mismas como entidades individuales sin relación colaborativa con el resto. Es en este punto cuando los poderes fácticos adoptan de manera natural dos formas, que aunque parezcan antagónicas, persiguen el mismo objetivo: su perpetuación.

Por un lado, tenemos la forma dictatorial que se manifiesta con un solo bloque de gobierno y represión. Ya dijimos que, para mermar el potencial grupal e individual, se genera de manera impuesta la división de sexos por roles y tareas y, posteriormente, se inculca en la población masculina la necesidad de dominar a las mujeres y a la infancia, al tiempo que los hombres quedan sumidos en la ilusión de control y competición entre ellos por esa dominación primigenia: más tierras, más mujeres, más hijos varones.

Esta estrategia acaba de raíz con la pareja colaborativa y la familia colaborativa. Los individuos, desde la base, crecen con las alas cortadas.

En las tascas y en los prostíbulos, los hombres dejan la competitividad a un lado y comparten la fraternía resultante de contar con una complicidad social total que los autoriza a doblegar a mujeres e hijos (se dan palmaditas en la espalda y gastan bromas que blanquean su agresividad).

Las mujeres, entre tanto, son relegadas a lugares de silencio.

Las reuniones de mujeres son demonizadas. Se fomenta la competitividad individual por la atención masculina. Las mujeres tratan de elaborar estrategias para ser «menos golpeadas», «menos insultadas», «menos controladas», «más admiradas por su sumisión y su belleza».

Los niños y las niñas son adoctrinadas en los colegios. Ni su voz, ni sus inquietudes, ni mucho menos sus preguntas sobre el sistema de control son tomadas en cuenta. Al revés, se reprende duramente la rebeldía.

La otra forma que adoptan los poderes fácticos, que parece contraria a la autocracia, es la democracia, consistente en la aparición de varios bloques de poder que compiten entre ellos, proponiendo cambios superficiales relacionados con la sintomatología de la sociedad pasiva, nunca con el origen. Así que la población, ya dividida, forma subgrupos que apoyan a los distintos bloques y centran la atención en consecuencias visibles de sus opresiones, sin mayor complejidad de análisis.

Los grupos de poder existen para perpetuarse, nunca para liberar al individuo ni enriquecer a la sociedad. Así que siempre fomentarán comportamientos e identidades competitivas.

Privatización y minimización de la familia

Esta forma de control está bien reforzada por la división sexista y por el sometimiento de la mujer y de la infancia a manos de hombres instruidos en la competitividad.


El concepto de individualidad que impulsa la idiosincrasia competitiva genera la separación del clan y da lugar a la familia mononuclear: padre cabeza de familia, mujer subordinada e hijas/hijos, sobreprotegidos o ignorados, que tienen a los progenitores como única referencia familiar permanente.

Este tipo de familia, incapaz de rebelarse ni de romper con la conformidad social, finalmente, es la molécula de las sociedades pasivas.


Los clanes amplios son capaces de crear sus propias normas y mantenerlas sin adaptarse un ápice al resto de la sociedad. La sociedad gitana es un gran ejemplo. Su machismo brutal sigue intacto por más que “cambien los tiempos”. ¿Por qué? Por la fuerza del clan. También tenemos ejemplos en las familias que adoptan la forma de tribu, deciden apartarse del núcleo urbano y crean sus propias escuelas, modelos de convivencia e idiosincrasias afines a sus valores (Amish o Hippies, entre otros).


¿Son estas tribus capaces de romper con lo establecido? No, puesto que el grueso de la sociedad lo forma la familia mononuclear, miedosa y preocupada por sus propios intereses.


Una familia mononuclear está vendida a las presiones sociales y es incapaz de escapar de ideas y costumbres comunes.


¿Por qué el entorno social es más fuerte en la formación de las niñas que la educación de la familia? Porque en la formación de la familia solo intervienen dos activamente. No hay tribu.

Inmunidad de las figuras de autoridad

Una sociedad pasiva no cuestiona las figuras de autoridad, o bien lo hace en silencio.

En una sociedad pasiva, además, las figuras de autoridad forman una pirámide jerárquica que se inicia en la familia mononuclear (con una sola cabeza) y acaba en la figura de una deidad única. Las sociedades pasivas que conocemos son masculinas, así que las pirámides que podemos observar, desde abajo hasta la cúspide, están formada por padre, maestros y curas, jefe laboral o carcelero, figuras de orden público, altas figuras eclesiásticas, presidente/rey, Dios. Los poderes fácticos, que no tienen por qué coincidir con las figuras de autoridad, se valen de estas para mantener el control de masas y fomentar la pasividad a través del castigo.

Por otro lado, la idiosincrasia cultural de las sociedades pasivas, vincula estrechamente el sentimiento de miedo con el de admiración. Los textos religiosos, las fábulas, los cuentos populares y el adoctrinamiento en la escuela ensalzan a las figuras de autoridad y animan a no cuestionarlas, de manera que se entiendan como «castigadoras» por el bien común.

Finalmente, las sociedades pasivas están formadas por personas que tienen asimilada la necesidad de las figuras de autoridad: sin padres que dictaminen lo que hay que hacer, la infancia está perdida, sin maestros reglados no hay educación posible, sin curas no hay moral, sin jefes no hay trabajo, sin cárceles ni policías no hay seguridad, sin rey no hay patria, sin Dios no hay mundo.

Deberíamos preguntarnos, ¿tendríamos una sociedad sana sin figuras de autoridad? ¿O acaso no es la propia sociedad pasiva la que necesita estas figuras?

La sociedad pasiva es ese niño al que nadie ha enseñado a desenvolverse sin sus padres. Es esa mujer que no puede vivir sin su maltratador. Es ese trabajador y esa trabajadora que no pueden decidir sin un jefe. Es ese ciudadano y esa ciudadana incapaces de actuar cívicamente sin miedo al castigo.

La sociedad pasiva es el acúmulo de millones de personas a las que la división y el individualismo ha dejado desprotegidas o faltas de consciencia.

Familia, escuela, fábrica, cárcel

Aquí citaré textualmente a Foulcault, que dice sobre las instituciones normalizadoras: «un verdadero conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez “dóciles y útiles”. Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos, en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres: la disciplina. El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades; pero les dio un subsuelo profundo y sólido – la sociedad disciplinaria de la que seguimos dependiendo“.

Si nos paramos a examinar la función de la familia clásica mononuclear, no dejamos de observar esta misma función normalizadora, consolidada por el sexismo, la concepción del padre como figura inmune de poder, el adultocentrismo -que coloca a los hijos e hijas como objetos receptores de ordenes y castigos-, y la privatización de ese sistema, que legitima todo lo que ocurre de puertas adentro de la casa.

Los niños y niñas criadas en una familia monoparental clásica, serán alumnas y alumnos dóciles dentro de una escuela normalizadora, trabajadoras y trabajadores dóciles dentro de una fábrica normalizadora, consumidoras y consumidores dóciles y, por último y en global: ciudadanas y votantes dóciles.

Las instituciones de las sociedades pasivas, como dice Foulcault, se encargan de lograr que la libertad sea una quimera, generando individuos dependientes de una forma de vida impuesta.

Quien no pasa por el aro de la normalización, la oveja negra de la familia: queda condenada al ostracismo.

Culpa y bondad para sustituir a la responsabilidad y a la inteligencia social

Los poderes fácticos que controlan las sociedades pasivas necesitan anular las iniciativas propias de las personas que llevan a la mejora del grupo. Para ello, principalmente, se valen de las religiones monoteístas que invalidan al individuo (hombre en todos los casos conocidos), lo convierten en hijo pecaminoso de un padre sempiterno, y a la mujer (demonizada en todos los casos conocidos) en cosa al servicio del primero. Esta anulación total de la sociedad que ya vimos en el primer apartado del artículo se alimenta de dos conceptos clave en la minimización de capacidad de reflexión y cambio: la culpa y la bondad.

La culpa no incita ningún tipo de reflexión ni mejora, ni tampoco da lugar a que las personas fortalezcamos nuestro papel en la sociedad. La culpa no nos responsabiliza de nada, sino que nos convierte en individuos pecaminosos que se arrastran por el perdón de Dios. La responsabilidad, como concepto, en cambio, nos empodera. «¿Soy culpable de que no hayas estudiado ayer porque te insistí para que fuéramos al cine?» No lo sé. «¿Es tu culpa no haber estudiado?» Ni idea. La culpa solo tiene sentido en una sociedad viciada que la ha mamado desde el inicio de los inicios. «¿Soy responsable de que hayas venido al cine conmigo?» Parcialmente sí, porque te lo propuse, pero la responsabilidad de elegir estudiar y no ir al cine, es tuya.

El contraste de los conceptos culpa/responsabilidad se ve mucho más claro en el contexto judicial. ¿Crees que es casual que se use la «culpa» en este contexto?. «¿Es culpable de la muerte de su hijo?». Si lo envenenó a sabiendas, obviamente es responsable directo de su muerte. Si llevaba a su hijo en coche bajo los efectos del alcohol y tuvieron un accidente, es responsable de no haber atendido a las normas cívicas y de circulación. La consecuencia ha sido la muerte de su hijo.

La culpa nos marca como si fuéramos ganado y nos arrebata la posibilidad de cambiar y conseguir que la sociedad cambie. La culpa nos quita el poder de responsabilizarnos de quienes somos y de la manera en la que nuestros actos afectan a las demás personas.

Por otro lado, tenemos a la bondad.

En las sociedades pasivas, la inteligencia social como base de las relaciones humanas, consistente en lograr el bienestar de las demás personas para que ese bienestar repercuta en una misma, es sustituida por la bondad. La bondad no tiene estrategia, importancia, ni lleva consigo una reflexión social profunda: es un accidente, algo excepcional, a lo sumo, una virtud individual que Dios premia.

No se nos educa en la inteligencia social y en aplicarla para que todas las personas avancemos. Se nos educa en la bondad, como ejercicio aislado (o conjunto de ejercicios aislados) que que Dios anota en su cuaderno para que, ya muertas, se nos coloque en el paraíso.

Religión

Las religiones conforman el engranaje que une todas las piezas de las sociedades pasivas, especialmente las religiones monoteístas o basadas en dioses paternales y castigadores a los que el ser humano les debe todo.

Repasemos las piezas y veamos la manera en la que las religiones las consolidan.

Las piezas son:

Sexismo: que separa a la sociedad con la división de tareas y capacidades por roles de sexo. De esta manera, la sociedad comienza a debilitarse desde el núcleo: un individuo que se considera la mitad de otro. La molécula social resultante es una familia estática, supeditada a roles, a la que le cuesta crear sinergias y fórmulas colaborativas entre sus miembros.

Una de las bases de todas las religiones monoteístas es fomentar el sexismo. Todas las religiones monoteístas conocidas fomentan la separación entre hombres y mujeres. Esta separación se nos vende como un fenómeno lógico y natural. También se nos vende como lógico y natural que no existan sinergias entre la pareja reproductora (la mujer está supeditada al hombre y las relaciones son desiguales). Se nos vende que la sociedad funciona mejor con relaciones desiguales e individuos limitados por los roles de sexo.

Adultocentrismo: que limita a las personas desde la edad más temprana y es la base del adoctrinamiento. Las niñas y los niños no se consideran personas de pleno derecho sino propiedad de sus progenitores, que les inculcan las limitaciones, prejuicios y lastres sociales. Las niñas y los niños que cuestionan a la sociedad son reprendidas, castigadas y silenciadas (se portan mal). Las niñas y los niños que no se adaptan a los sistemas de normalización a los que se llama «sistemas de aprendizaje» son diagnosticadas y medicadas.

Otra de las bases de todas las religiones monoteístas es inculcar que los hijos e hijas son propiedades, prolongación de los progenitores, seres inferiores a los que hay que «enseñar» con mano dura. Tema aparte, los infanticidios que proliferan en las fábulas religiosas.

Privatización y minimización de la familia: que rompe los clanes, promueve la competición entre hermanos y consolida el sexismo y el adultocentrismo. La familia reducida y privada, además, es mucho más vulnerable a los abusos de poder y a la inculcación de sometimiento social.

En el judeocristianismo, por ejemplo, se ve de manera muy clara la minimización de la familia con la figura de San José y María frente a un pueblo al que temer. La misma trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) es el reflejo de una molécula social mínima, cerrada y completamente masculina, en la que las mujeres solo intervienen para servir como vientres privados.

Exaltación de los valores competitivos: que reduce las sinergias a la mínima expresión y genera suspicacia hacia los comportamientos colaborativos. La bondad entre personas no se entiende como base social sino como fenómeno extraordinario que Dios premia. Todas las religiones monoteístas conocidas sentencian: «Los seres humanos son egoístas por naturaleza», propiciando un condicionamiento soterrado que va calando en nuestra idiosincrasia.

El arquetipo de Caín contra Abel, el mismo binomio competitivo Dios y Satanás, la ocupación táctica del espacio por parte de religiosos frente a no religiosos, la autenticidad de una religión frente al resto… son solo algunos ejemplos visibles del fortalecimiento de los valores competitivos.

Inmunidad de la autoridad: que potencia la perpetuación de los poderes fácticos y es el pilar de las estructuras desiguales que observamos en todas las sociedades pasivas.

No hay mayor ejemplo de inmunidad de la autoridad que un Dios todopoderoso, intocable e incuestionable.

Familia, escuela, fábrica y cárcel: productoras de sumisión que se consolidan en misa y otros tantos rituales.

Todos los «mensajeros de Dios» nos animan a obedecer y a ser buenas siervas sumisas en todos los ámbitos, desde la mujer que obedece ciegamente al hombre, la niña y el niño que obedecen ciegamente a los progenitores, hasta la obediencia ciega a Nobles y Monarcas puestos por Dios y, por definición, la obediencia ciega de toda la especie humana a Dios.

Culpa y Bondad: que, como vimos extensamente en sus puntos correspondientes, anulan a los conceptos responsabilidad e inteligencia social.

La Culpa y la Bondad son pilares tácticos de la moral judeocristianas y, obviamente, no es casualidad.

Ciencia e Historia al servicio del control de masas

Básicamente, esto es el uso de la ciencia y de la Historia para “probar de manera objetiva” que las costumbres clasistas, machistas, xenófobas, competitivas, patriarcales y un largo etcétera son naturales y lógicas en el ser humano. Por parte de la Historia, se trata de un acto deliberado de los poderes fácticos (la historia la cuentan y la tergiversan los ganadores). En el caso de la ciencia es mucho más simple: los que tradicionalmente han tenido la oportunidad de hacer su aportación a la ciencia son hombres de las clases privilegiadas, con los valores de control de masas en vena. Y no, un hombre aporofóbico, clasista, machista, racista, adultocentrista… no deja de serlo cuando se pone una bata blanca. Así que usa su franja de poder para tratar de justificar sus privilegios en lugar de cuestionarlos.

Refuerzos sociales de la impulsividad, la agresividad y las adicciones

Ya vimos la cadena, el mecanismo, el engranaje. Este sistema de control es el aceite que permite que todo ruede durante siglos. Pan, circo, novelas de caballería, telebasura, fútbol, pornografía, peleas entre personas, peleas entre animales, alcoholismo crónico, consumismo, adicción a las redes sociales… ¿Conoces alguna macro-industria que fomente el pensamiento crítico?

Quería poner bibliografía, pero me da una pereza enorme. Así que, sintetizo: además de las autoras y autores que voy citando a lo largo del artículo, he leído y te aconsejo que leas “El ideal cultural de la sociedad civil en el contexto de su resurgimiento” (tesis de Carlos Gomez Minakata), “El miedo como mecanismo de control social: hacia una filosofía de la seguridad” de Laura Rojas Alarcón, “La (re)volución social a través del cine: los argumentos cinematográficos en la crisis de la modernidad” de Esther Marin Ramos, “Marxismo versus Sociología” de Iñaki Gil de San Vicente, “Cultura e influencia social: conformismo e innovación” de Darío Páez y Miryam Campos, “¿Una sociedad pasiva? Actitudes, activismo y conflictividad social en el franquismo tardío” de Pere Ysàs, “El social-conformismo: la plataforma para mantener las desigualdades. (El caso Panamá)” Abdiel Rodríguez Reyes.

El hecho de enumerar, me impide abarcar cada pilar con la extensión que merece. Por eso, en los próximos artículos, iré profundizando en cada uno de los 10 pilares. De manera que la siguiente entrada del blog tratará en exclusiva sobre el sexismo.

2 comentarios en “Los 10 pilares de las sociedades pasivas

  1. Para poder comentar con sensatez hace falta leer al mismo nivel y reflexionar, pero en líneas generales creo que estamos de acuerdo. España está bastante aborregada.( simplificando)
    ¿Qué puedo aportar? quizás la idea de que dentro de una sociedad hay “sociedades” y algunas de ellas no son pasivas. Quizás en los restos de la “Europa del bienestar” ya quedan menos pero algo hay ( en Francia hay bastante actividad por ejemplo)y por supuesto en otros continentes hay “sociedades activas” que defienden a las mujeres, a los niños, que luchan contra la explotación de cualquier tipo etc.
    Aquí quedan pequeños espacios: aún hay quien se resiste a los deshaucios, a las contaminaciones quínicas, a las burbujas inmobiliarias… por pensar en alguna gente activa.
    Supongo que me aferro a la udea de que a pesar de todo lo malo algo se consigue mover. Tu exposición de pilares es un ejemplo impensable hace unas décadas.
    Finalmente, el capitalismo no suele bajar la guardia, así que ir contra él siempre es “David y Goliat”.
    Felicidades y gracias por tu trabajo.

    Le gusta a 2 personas

Deja un comentario